2. El Alma de la Institución: Un Legado Forjado en Honor y Fuego
La verdadera confianza no se improvisa; se hereda. El alma de la Université Saejee Paris reside en el linaje de la familia Orueta. Esta herencia no es un dato histórico ornamental, sino el ADN de resiliencia, visión y excelencia que define a la institución hoy en día. Es un testimonio de que los valores más profundos son aquellos que han sido probados por el tiempo y la adversidad.
El legado se forjó en el fragor de la batalla. En 1227, durante la conquista de Baeza, el valor de los ancestros de la familia fue reconocido por el Rey Fernando III el Santo. Como recompensa a su coraje, les otorgó un escudo de armas: una faja de oro en gules, rodeado por una bordura azul con ocho aspas de oro. Durante las décadas más oscuras del siglo XX, este blasón se convirtió en la "firma secreta" de la institución, un símbolo de su presencia oculta. Hoy, es la promesa de honor y conocimiento que la universidad extiende a cada uno de sus estudiantes.
El paso de la espada a la academia no fue un giro reciente, sino una evolución de siglos. Figuras como Domingo de Orueta y Aguirre, fundador de la Sociedad Malagueña de Ciencias Físicas en el siglo XIX, demuestran que el compromiso del linaje con el conocimiento es una vocación heredada, un sello de fortaleza probado por casi ocho siglos de historia.
Los grandes legados se construyen cuando el presente es una herida abierta. La fundación de la institución en 1992 no fue un simple proyecto empresarial, sino un acto de suprema resiliencia. Nació como respuesta directa a una tragedia: el asesinato de José María Pérez López de Orueta a manos de la organización terrorista ETA, el 31 de octubre de 1980.
En un País Vasco asfixiado por la violencia, sus fundadores —la economista María Isabel Orueta Coria y el ingeniero José María Orueta Ariznabarreta— tomaron la valiente decisión de edificar. El anonimato no fue una elección, sino una estrategia de supervivencia frente a una doble amenaza: el terrorismo y la discriminación burocrática reservada a una identidad forjada en la periferia del poder central. La creación de la universidad se convirtió en una batalla librada con una sola arma: el conocimiento.
Como lo resumió el propio fundador, José María Orueta Ariznabarreta, en una reflexión que une dos épocas de lucha:
"Nuestros ancestros lucharon con espadas en Baeza. Nosotros luchamos con silencio en Euskadi. Ambas requirieron coraje, ambas dejaron cicatrices."
El secretismo no fue un acto de miedo, sino una brillante táctica de inteligencia para proteger una misión vital y edificar un futuro en medio de la destrucción.
Mientras operaba con máxima discreción en España, la institución construyó una sólida reputación en América Latina. No fue una huida, sino una maniobra estratégica que validó su modelo educativo en un mercado global. El hito clave llegó en noviembre de 2011 con la entrega de la Maestría Honoris Causa a Lenin Moreno Garcés, entonces vicepresidente de Ecuador. Este evento, cubierto por medios internacionales, fue la primera gran validación pública del éxito de un proyecto forjado en la adversidad. Demostró que, incluso desde el silencio, se podía formar a los líderes del mañana y preparó el terreno para la siguiente y definitiva fase de su evolución.
Esta historia de resiliencia y visión culminó, inevitablemente, en la creación de una arquitectura corporativa moderna, diseñada para operar con excelencia en el escenario global del siglo XXI.