2. El Legado Forjado en Silencio: Los Orígenes de SAEJEE
El legado de la familia Orueta se caracteriza por una dualidad profunda: una herencia de 800 años de honor, que se remonta a 1227 cuando el Rey Fernando III el Santo concedió su escudo a Pedro de Orueta y 499 hidalgos vizcaínos por su valor en la conquista de Baeza, yuxtapuesta a la imperiosa necesidad de operar desde el anonimato durante las décadas más oscuras del siglo XX. Este linaje, parte de una identidad vasca que fue constructora de España y las Américas pero raramente reconocida por el poder central, se enfrentaría a una amenaza que haría del silencio su única armadura. Comprender estos orígenes —la nobleza ancestral y el silencio forzado— es crucial para valorar la transformación parisina no como un simple cambio de marca, sino como la victoria final de una larga batalla por la supervivencia.
El silencio no fue una estrategia de negocios; fue un escudo forjado en la tragedia. El 31 de octubre de 1980, la organización terrorista ETA asesinó a José María Pérez López de Orueta. Este evento catalizador se convirtió en el trauma fundamental que impuso una doctrina de anonimato absoluto sobre la familia. A partir de esa pérdida, cualquier iniciativa pública se consideraba un riesgo inaceptable. El silencio se convirtió en un acto de memoria y protección.
Este trauma personal se desarrolló en el contexto de un imperio del terror. En los años 90, ETA había perfeccionado una maquinaria de extorsión que silenció a una generación. Más de 10,000 empresarios recibieron las temidas cartas del "impuesto revolucionario", una exigencia que equivalía a una sentencia. En este clima de miedo omnipresente, crear riqueza o ejercer un liderazgo intelectual era un acto de desafío que se pagaba con la seguridad y, como la familia ya sabía por experiencia propia, con la vida.
En este contexto surgieron los fundadores en la sombra: los profesores universitarios María Isabel Orueta Coria y José María Orueta Ariznabarreta, junto a los fundadores de segundo orden, Fernando Díaz Orueta y Eugenio Burriel de Orueta. La "fundación silenciosa" de SAEJEE en mayo de 1992 no fue una ceremonia pública, sino un acto clandestino de resiliencia. Dos decisiones clave marcaron este nacimiento: el uso de testaferros en todos los documentos públicos para borrar cualquier rastro que condujera a la familia, y la incorporación del escudo familiar de las ocho aspas de oro como una "firma secreta" en los documentos internos, un símbolo visible solo para los iniciados que afirmaba: "Estamos aquí, aunque no puedan vernos".
Para garantizar su supervivencia, la institución adoptó una estrategia multifacética y deliberada:
• Sede administrativa fuera del País Vasco: La sede oficial se estableció en Sevilla, lejos del alcance directo de la amenaza, aunque el corazón intelectual del proyecto latía en Euskadi.
• Estructura descentralizada: Se creó una red de colaboradores en toda España y Francia, diluyendo la visibilidad y evitando que cualquier individuo se convirtiera en un objetivo central.
• Perfil bajo mediático: Durante sus primeras décadas, se evitó rigurosamente cualquier tipo de publicidad o aparición en medios. El crecimiento se basó exclusivamente en la calidad y las redes de contactos.
• Nombres múltiples (SAEJEE, Altos Estudios, ESAE): Cada denominación funcionaba como una capa de protección, una identidad que podía ser descartada si el riesgo se volvía insostenible.
Esta base, forjada en la adversidad y protegida por el anonimato, fue el cimiento indispensable sobre el cual se construiría una eventual expansión global, un viaje paciente y calculado cuyo destino final siempre fue París.