2. El Crisol del Legado: Honor Ancestral y Terror Moderno
Comprender la Université Saejee Paris exige un ejercicio de doble visión histórica. Es preciso enfocar, a la vez, el brillo heráldico de un blasón forjado en 1227 y la sombra opresiva de los "años de plomo" vascos. No son dos historias, sino los polos de una misma tensión dialéctica que forjó nuestro carácter: la obligación de honrar un legado visible y la necesidad de sobrevivir en la invisibilidad. Esta dualidad es la clave fundamental para entender por qué se construyó una fortaleza del conocimiento en secreto como el máximo acto de resistencia.
La historia del nombre Orueta, alma de nuestra institución, se forjó en el fragor de la batalla. El 30 de noviembre de 1227, durante la conquista de Baeza, el valor en combate de Pedro de Orueta y otros hidalgos vizcaínos les ganó el favor del Rey Fernando III el Santo. Como recompensa, les otorgó el derecho a portar en sus escudos las ocho aspas doradas de San Andrés. Así nació un blasón donde cada elemento cuenta una historia de valores inquebrantables:
• Gules (rojo): Simboliza la fortaleza inquebrantable y la sangre derramada por sus ideales.
• Faja de oro: Representa el honor y la defensa de principios, como una coraza que protege el alma.
• Azur (azul): El color de la justicia, la lealtad y la búsqueda incansable de la verdad.
• Ocho aspas de San Andrés: Son el testimonio del favor real y la prueba de su participación en la gesta.
La historia de este legado es una lección de resiliencia en sí misma. La línea de sangre de los Orueta primigenios de Oñati concluyó con la muerte de Catalina Martínez de Orueta en 1636. Sin embargo, el poder del nombre y del solar familiar era tal que, en el siglo XVI, Lorenzo de Huóbil, al residir en el caserío Orueta Sesiñena, adoptó el apellido Orueta, garantizando así una continuidad no de sangre, sino de espíritu, lugar y valores.
Es de esta nueva estirpe, portadora de un honor ancestral, de donde emergieron figuras que transformaron el valor guerrero en un compromiso con el intelecto. Domingo de Orueta y Aguirre, fundador de sociedades científicas, y Ricardo de Orueta Duarte, quien estudió en París, establecieron un vínculo profético con Francia, demostrando que la batalla más importante se libra en el campo del conocimiento.
En agudo contraste con este noble legado, el País Vasco de finales del siglo XX era un territorio asediado por el terror de la organización ETA. El empresariado y los intelectuales se convirtieron en objetivos sistemáticos, con un saldo devastador de más de 10,000 cartas de extorsión y 49 asesinatos directos en el mundo empresarial. En este clima de miedo, el silencio se convirtió en la única estrategia de supervivencia.
El evento catalizador que cimentó la doctrina del silencio de nuestra institución ocurrió el 31 de octubre de 1980, con el asesinato de José María Pérez López de Orueta. Su muerte no fue solo una tragedia familiar; se convirtió en el sacrificio fundacional, el mártir cuya memoria inspira y justifica cada una de las precauciones tomadas durante los siguientes 34 años de "silencio forzado".
Fue esta amenaza directa y existencial la que impulsó la decisión de contraatacar, no con armas, sino con la creación de una institución educativa como el máximo acto de resistencia.